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sábado, 21 de febrero de 2015

Los Seguidores de Careem

Un día en el que las nubes cubrieron el sol, pude salir a caminar. No había peligro para mí y nadie sabía quien yo era. Tenía mucho que hacer, mucho que decir y decidir. Salí de mi descanso y di un temeroso paso fuera de mi casa. No paso nada, fue lo mejor de todo. Luego las nubes se tornaron negras y comenzó a llover, como si el clima me hiciera un favor. El día era perfecto.

Si bien estaba seguro, no podía confiarme así que me fui muy rápido a mi capilla. Tantas veces visitada por mi por las noches y por fin sabría que sucedía durante el día. Llegue y abrí la puerta de entrada que estaba con las cadenas que yo mismo había puesto antes de irme. Pero había una entrada secreta que solo yo y cuatro de mis seguidores conocían. Encontré la entrada secreta, pero esta estaba abierta y con una nota en la entrada: “No olvides que el lugar que pisas me pertenece”.
Lo pude haber tomado como un cumplido, pero como en la noche a nadie se le negaba el paso, durante el día no podía ser diferente.


Entre y me fui a mi despacho. Un lugar pequeño que tenía cabida para un mesón y un mueble del tamaño de un ropero y un par de sillas. No necesitaba más. Dentro de mi despacho y precisamente en mi lugar, y vestido con mis ropas, encontré a mi primer seguidor.

-Buenos días, querido [Le dije con un suave tono sin mostrarme molesto.] Te quedan bien mis prendas -
El muchacho me quedo mirando como si tuviera de frente a la misma muerte, como si adivinara que algo terrible se le venía encima.
-se… señor mi in… intención no era reemplazarlo. [Dijo tartamudeando y a velocidad. Se levanto de mi lugar y comenzó a quitarse mis ropas y vestir las propias.]
-Yo no te he dicho que te cambies mi fiel seguidor. [Pero el continuo sin parar. Era difícil adivinar lo que yo estaba pensando, pero de seguro lo imaginaba.] Quédate con el traje puesto, siéntate dónde estabas y escúchame.

Cambie mi tono de voz de amabilidad absoluta a un drástico tono serio. Mi seguidor dejo de quitarse la ropa y con el miedo que sintió solo se sentó en mi lugar y se quedo mirándome con el tétrico miedo en su rostro.


-La misericordia y benevolencia son unas de las virtudes que les he inculcado a cada uno de ustedes que siguen mi orden, La Orden de la Fe. Pero cuando uno de mis seguidores hace algo incorrecto, o que no está dentro de los cánones de lo permitido, debo imponer un castigo. Por su puesto nada severo ya que no es mi forma de ser, castigar duro solo porque si.


Hice una pausa mientras caminaba dentro del despacho y a ratos mirándolo a él. El por supuesto, guardaba silencio y seguía con su mirada que reflejaba un miedo muy profundo hacia mi persona.

-Pero que castigo te mereces tu por creer que serias como yo? No se me ocurre nada. Anda, ayúdame a ponerte un castigo digno de tu persona.

El, comenzó a temblar del susto y las palabras no salían de su boca. El sabia que uno de los castigos que quizá merecía era la muerte o el exilio pero no se atrevía a decir nada, mas si en su interior lo creía. Se armo de valor y con voz firme y segura dijo:

-Acepto el castigo de muerte. Le he fallado mi señor. No soy digno de la orden.

Lo mire directo a sus ojos. Me detuve y luego me acerque lentamente a él. Sus palabras tenían razón, se lo merecía y tenía que recibir su castigo.

-Dignidad? Cuando decidiste no ser digno de la orden? Muerte? De donde sacaste semejante estupidez? Me eres más útil vivo que muerto, no por nada eres mi primer discípulo y seguidor. Tu castigo será publico, sufrirás la vergüenza de la desnudes y todos los fieles tendrán que arrojarte algo, y no serán libros. Sufrirás el dolor físico y psicológico, y si aun luego de eso me quieres servir, con gusto seguiré llamándote primer discípulo. De lo contrario te marcharas lejos de esta orden, y desnudo, sin nada, como llegaste a mí.

El chico respiro hondo y abrazó el alivio de no tener que perder la vida. Mas si, tenía que soportar la vergüenza pública y la humillación. El no estaba dispuesto a dejar la orden. Quizá por fe, o tal vez por conveniencia, pero aceptaba el castigo.

-Si mi señor, acepto su castigo y sépase usted que seguiré fiel a la orden de la fe.
Cuando cayó la noche, las puertas de la catedral se abrieron para recibir a todos los fieles de la orden. Cada uno ingresaba en total silencio y se ubicaba en su lugar para luego comenzar la vigilia.
Pero esa noche fue diferente; En el centro de la capilla había un hombre colgado de las manos y con la cara cubierta, totalmente desnudo.
Los gritos y expresiones de horror no se hicieron esperar. Nadie soportaba ver algo así, un gran insulto de este tipo para la orden de la fe. Todos los fieles salieron de la catedral pero pronto regresaron con piedras en sus manos.
Uno de los fieles comenzó arrojando su piedra y gritando: ¡¡¡Blasfemo!!!
Todos los demás hicieron lo mismo gritándole cosas. Ninguno de los presentes advirtió mi presencia en el lugar. Los había visto llegar a todos y mirándoles con una demencial sonrisa aprobé el castigo que yo mismo había impuesto. Todo estaba planeado, todo estaba predicho para que ocurriera de esa manera.

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