Madre mía. Ya han pasado tantos años desde que te
pusieron en esa cama de hospital. Quizá he sido muy cobarde como para dejarte
ir, pero no tengo a nadie más en esta vida.
Si, lo sé. Debería desapegarme un día y dejarte ir, pero
no te imaginas lo difícil que es. Si en ti hay algún ápice de conciencia entre
todos esos aparatos que te mantienen viva, te pido que me escuches una vez más
si es que alguien de ese bendito hospital puede leerte estas líneas.
Vengo casi todas las noches a verte y charlarte de lo que sucede en mi día a
día. Hasta el día de hoy nadie se ha dado cuenta cómo y cuando entro aquí así
que no existe mayor problema. Tengo todo calculado.
Hoy quiero que escuches como creo lo haces siempre. Jamás
te conté como es que llegué a donde estoy; quizá me libere el decirte lo que
estoy por decir. Quizá, luego de esto te deje ir, aunque me lo repito a diario
sin tener aún el valor para hacerlo.
+…+…+…+…+…+…+
Podría decir que todo comenzó
el día que me fui de casa, o más bien cuando decidieron que ya era tiempo de
que me marchara.
No tenía idea que iba a hacer con mi vida, pero dejarlos
para aprender por mí mismo lo que era vivir y sobrevivir como hicieron ustedes
no me parecía tan mal o eso creía. Mi padre siempre decía, “NO POR TENER
MUCHO DINERO SIGNIFICA QUE VIVIRÁS PARA SIEMPRE, DEBES APRENDER A SOBREVIVIR Y
CREAR TU PROPIO DINERO”. No me gustaba su filosofía, pero imaginaba que era
lo mejor. Vamos, era solo un adolescente que quería salir de los brazos de sus
padres sin saber nada de la vida.
Me vine a hacer vida a
Santiago de Chile. Abandoné su Europa querida, mi infancia, mis recuerdos
familiares, mi adolescencia. Pero sentía que debía conocer sus raíces. Jamás me
contaron como habían partido de ese país y como habían hecho fortuna en este.
No mencionaron como era el vivir aquí y porque habían partido en su juventud.
Sus únicas palabras para este país eran, “UN RECUERDO DE ANTAÑO QUE NO ES
MALO, PERO YA NO ES SANO MEMORARLO”. por eso decidí venir aquí, más por
curiosidad que por creer que era lo mejor. No fue fácil para un pintor joven como
yo y con la experiencia que tenía, volver a posicionarme y ser rentable como lo
era en Europa. Claro, gracias a los contactos de ustedes.
Tuve la oportunidad de ver y
darme cuenta de que muchos pintores no se les daba la cabida que merecían y
terminaban vendiendo su arte en la calle existiendo tantas galerías donde
podrían venderse mucho mejor.
Me dieron el dinero
suficiente para poder comprar un departamento, pero del resto debía encargarme
yo. Traía maletas llenas de recuerdos y pinturas mías. Quería poder venderlas y
comenzar desde ahí. Quizá tener una galería o un espacio donde poder mostrar
mis obras.
Busque un trabajo que se acercara a mi área de
conocimiento, pero no dejaba tan buena paga. La suficiente para poder salir
adelante, reiniciar con la pintura y vender mi trabajo.
Acabé trabajando para una
empresa evaluadora de arte, PANTOART era su nombre. En aquel entonces
jamás había escuchado ese nombre, pero con el tiempo y la investigación me entere
quien era Panto y a que se dedicaba aparte del arte.
Pero lo que hice en esa
empresa no es lo más importante que quería contarte, paso algo más que tu solo
soñaste con ver. Tu hijo sintió el amor por una vez en su vida, o eso creyó.
Fue una tarde lluviosa, había oscurecido temprano y estaba regresando a mi
departamento luego de un largo día de trabajo. No solía usar paraguas o
chaquetas, me gustaba disfrutar el caer de la lluvia sobre mí. Si, lo sé, te
molestarías de solo verlo porque preferías verme como oso a verme mocoso en
cama. Pero no podía evitar ese gusto que tenía por la lluvia.
Ese día una chica llegó a mi lado con un enorme paraguas
y me dijo:
—Puedes resfriarte, estas empapado.
Me detuve de pura curiosidad para saber quién era. No
pude evitar mirarla. Sus grandes e hipnotizantes ojos junto a su contagiosa
sonrisa eran algo que no podía ignorar. Ella se quedó frente a mi ofreciéndome
su paraguas:
—Tú vives en la próxima
calle ¿no es así? Si te parece, te puedo acompañar.
Nunca me había sentido así por nadie, así de atrapado. En
una situación normal le hubiera dicho que no me interesaba su compañía pues no
quería llevar a nadie a conocer ni mi dirección ni mi hogar. Pero esa voz, esos
ojos, esa mirada penetrante eran cualidades que nunca había visto en nadie y
que me hacían sentirme atraído a ella. Tú ya estarías sonriendo y haciendo una
de tus bromas sobre los chicos enamorados al oír todo esto.
Quizá lo lógico habría sido
cuestionarme como ella sabía dónde yo vivía; quizá era una vecina de esas a
quien jamás saludaba; quizá ella trabajaba en el mismo edificio o cerca de
aquel y por ello me veía ir y venir siempre, no tenía como saberlo.
Asentí con la cabeza mientras ella se apegaba a mi lado para dejarnos a ambos
bajo el paraguas
—¿Me puedo tomar de tu brazo? Está un
poco difícil cubrirnos a ambos estando separados.
Me dijo sonriendo
tímidamente. Le ofrecí enseguida mi brazo para quedar protegidos por el
paraguas.
Caminamos juntos hasta el
edificio donde yo vivía. Me detuve al llegar y me pare frente a ella evitando
salir de la protección del paraguas y le dije con toda seguridad
—¿Quieres pasar? Dentro
tengo café caliente y algo de comer.
Ella asintió sin decir
palabra alguna. Entonces entramos en el edificio sin demora, y mientras subíamos
en el elevador, iba pensando que cosas podía preguntarle pues no recordaba
haberla visto antes.